Aquel entrañable antro

Mi necesidad de encontrar trabajo de inmediato al hallarme de forma casi repentina en Barcelona aceleraron mi búsqueda y la hicieron menos concreta, en definitiva: casi cualquier cosa me valía con tal de que me pagaran.

Acepté la primera ocasión que se me presentó, no me quedaba otro remedio. «Bueno tampoco debe estar tan mal… una sala de máquinas recreativas…», pensé. De hecho es en uno de estos lugares donde casi un mes antes había dejado un currículum.

El día de la entrevista había llegado. Me planté frente al lugar que coincidía con la dirección que figuraba en mi pedazo de papel. Pude observar que, al parecer, se trataba de una sala dedicada exclusivamente a las máquinas tragaperras. Pero a penas di importancia a este hecho pensando: «me habrán citado aquí simplemente»
Entré, sin prestar demasiada antención a lo que acontecía a mi alrededor, con la idea de que ése no sería el sitio donde me tocaría trabajar. Me dirigí hacia una barra de bar que había allí mismo y pregunté por el tipo que debía entrevistarme. Apenas cinco minutos después se presentó un tipo barrigón, vestido con americana y corbata, y con un puro en la boca. Vamos, lo que familiarmente se podría denominar: hombre de panza y puro. Otro chico* llegó justo en el momento en el que el tipo de panza y puro se presentó, también venía para la entrevista.

Nos llevó hasta una puerta de emergencia, cruzamos la puerta y comenzamos a bajar unas escaleras. Era un subterráneo, de aspecto un tanto lúgubre. Allí se hallaba ubicado una especie de despacho improvisado. Los contados y necesarios muebles que ocupaban el despacho eran bastante antiguos y apenas una fotografia, de lo que parecían los trabajadores de la sala, adornaba la pared.
El tipo comenzó casi de inmediato a hablarnos del trabajo que íbamos a desempeñar, iba al grano, debía necesitar gente como fuera. Yo con dificultades podía prestar atención a lo que decía, sólo observaba un fino bigotito que se movía al hablar y la ceniza que caía sobre la mesa proveniente de su puro y que él iba apartando repetidas veces con sus gruesos dedos. Uno de ellos sostenía un enorme sello de oro.
Presté atención de verdad cuando comenzó a hacer mención al contrato y al sueldo. Y cuando, en un tono bastante distendido, se refería a los clientes de la sala con términos como «ludópatas» o «zumbaos», que por esa razón nunca debíamos entrar en trifulcas, y que al menor problema debíamos dirigirnos a él. También puse especial atención en el horario, por supuesto. No me gusta nada currar pero si he de hacerlo porque no me quedan más remedio, que sea poquito. Gracias.
Los dos aceptamos el trabajo, comenzábamos a la semana siguiente.

Era el primer día de trabajo. Me tuve que vestir con chaleco y pajarita. Menuda ridiculez de uniforme. Lo que hay que hacer para vivir en estos días.
Mi trabajo consistía básicamente en guardar el cambio en una riñonera y dirigirme hacia el cliente ante el menor síntoma de que éste necesitaba cambiar su billete por unas monedas y así continuar jugando como si se le fuera la vida en ello. No era el curro más emocionante del mundo, ni siquiera mis compañeras eran de lo más enrollados e interesantes, pero había algo en aquel tugurio infesto que lo hacía especialmente entrañable y diferente al resto de sitios en los que había estado. Ya el sólo olor al entrar era perfectamente reconocible.
Entre los asiduos al local, muchos marroquís, vagabundos sin ningún sitio donde caer muertos y a los que solíamos invitar a un café, viejos locos parlanchines, un sudamericano que se dedicaba a controlar las máquinas donde la gente se gastaba más dinero para avisar a otros que le pagaban por ello, chinos que ganaban grandes sumas de dinero con una facilidad pasmosa, seguramente ayudados por algún tipo de truco, y un largo etcétera de personajes que más adelante fui descubriendo. El local se hallaba en pleno centro urbano, por lo que las idas y venidas de todo tipo de personajes era algo habitual, pero entre ellos, había algunos que eran fijos, y de los que a continuación enumeraré los más interesantes.

-El pez abisal. Este viejete pequeño y con cara de pez de las profundidades abisales oceánicas se paseaba asiduamente por la sala, y nunca le oí decir una palabra. Su cabeza estaba adornada con una gasa que cubría gran parte de su pequeña cabecita calva. No le vi nunca jugar por lo que puedo suponer que debía ser una de las tantas personas que no tenian adónde ir, seguramente inadmitidos en otros lugares, y a las que se les podía suponer una situación económica precaria.


Boquepacha! en esta foto doy un poco de miedo, ¿no?

-La joven M. Así la llamaré para abreviar su nombre y no desvelarlo. Se trataba de una chica joven, de unos «veintipoco», bastante delgada, no demasiado guapa, muy simpática y además buena chica. Siempre jugaba a la ruleta electrónica. Sufria una crisis paranoica, pero esto solo se manifestaba en momentos muy puntuales. Llegué a entretenerme en alguno de los momentos de menos trabajo pensando en qué diablos hacía una chica de esa edad perdiendo las tardes y el dinero (unos 200€ era lo habitual) en un antro como aquél. Qué penosa enfermedad la ludopatía… La verdad, nunca la imaginé tan grave.

-La M. Se llamaba igual que la anterior. Una tipa sin duda entrañable. Con su abrigo, su mochila de propaganda y esa forma de andar cabizbaja mientras exclamaba en voz alta alguna expresión sarcástica, típica de una mujer con sentido del humor pero en el fondo agobiada, miserable y, como muchos de los que rondaban por allí, enferma.

-La vieja loca ludópata. Ésta era genial. Uno de los personajes más increíbles que he tenido el gusto de conocer. Se trataba de una viejecita enana y con aspecto de loca, como el mismo enunciado indica, que cuando era cuestión de jugar no tenía amigos. La última vez que presencié uno de sus increíbles arrebatos, andaba como loca jugando con nada más y nada menos que dos máquinas a la vez, mientras pateaba cada una de ellas al ver que ninguna escupía monedas. Todo el mundo alrededor miraba estupefacto como esta mujer sacaba una energia de dentro que ni el mismísimo Lucifer.


¡Avance! ¡he oído avance!

-El sordo. No me enteré de que este tipo grandote era sordo hasta pasada una semana. Siempre llevaba a un sudamericano al lado, que supuestamente le ayudaba a controlar las máquinas y hablaba por él, a cambio de alguna moneda si éste se hacía con algún premio. Cuando me enteré que el grandullón era sordo, pasé a llamar al pequeño sudamericano que le acompañaba el puto sonotone.

-El graciosillo. Todo un personaje, un auténtico arquetipo de graciosillo pero tan acentuado que resultaba hasta cachondo por momentos. Se dedicaba a hacer cosas como ponerse detrás del sordo y llamarle «¡Hijo de puta!», con un grito estridente y seco. O a comentarme lo feo que era el sudamericano que lo acompañaba. Era bastante joven comparado con la media que aquel antro albergaba, lo que hacía que te preguntaras cuál era su función allí, cuando ni tan siquiera solía jugar demasiado. La verdad, nunca supe con qué razón acudía allí más que la de hacerse el graciosillo.

-El tipo que parecía que no estaba pero estaba. Su aspecto de tipo corriente le otorgaba el don de pasar totalmente desapercibido. Pero si prestabas atención en él por un momento, podías observar que siempre estaba de pie en el mismo sitio, justo de espaldas a la misma máquina, a la que, muy de vez en cuando le echaba alguna moneda -no sé por qué razón debía tener debilidad por ésa en concreto. Se dedicaba también a mirar en las bandejas de las máquinas por si un despistado se había olvidado alguna moneda. Si encontraba alguna corría de inmediato a echarla a alguna máquina, con el pertinente cabreo silencioso (propio de él) cuando veía que volvía de nuevo a perder dinero. Pero eso nunca le frenaba. Al contrario.

Y ya para acabar os diré que meterme en este lugar, aunque fuese con el objetivo de trabajar forzosamente, me ayudó a conocer de primera mano este tipo de lugares tan interesantes por estar infestados de auténticos perdedores, gente apartada y despreciada por una sociedad engañosa, cuyos únicos valores se centran en alcanzar estatus social, y donde la imagen y la falsedad suele cobrar una especial relevancia.

La Estufa eléctrica

Llevo varios post dejando de lado la sección de blogs infumables, de hecho desde que tengo este nuevo blog aun no la he retomado… Pero hoy algo me ha hecho reflexionar y decirme… carai, parece que merece la pena continuar con ella. Se trata del blog La Estufa eléctrica.

Para empezar a hablar de la dimensión de este blog hay que hacer especial hincapié en una de las premisas esenciales de su autor para darle forma. Se trata de la aversión que, según dice, mantiene con los blogs, cuando paradójicamente él hace uno. Como véis esto ya empieza a darnos una idea del afán de 6dedosgordosdelpie (como se hace llamar el autor de este blog) por acaparar protagonismo de forma barata, propio de aquellos que no tienen nada nuevo que contar y se amparan en ir de «outsiders» o en demostrar lo «diferentes» que son respecto a los demás.

 
Ei amigos, pasaos por La Estufa Eléctrica, donde lo «bizarrín-guay» y las fotos toscamente ampliadas campan a sus anchas!

Pero sigamos indagando en la figura del autor de La Estufa eléctrica comentando su afán por dárselas de «humorista genial», cayendo continuamente en la autocomplacencia, del tipo: «qué listo y agudo soy» en cada uno de sus posts. Lo cual hace que sus coñitas, al estilo de La Hora Chanante del cual seguramente es seguidor, sean pasto de los que se creen super graciosos, surrealistas y abanderados del mal gusto políticamente incorrecto por hacer bromas en plan «esto demuestra una vez más que Hitler no era tan malo como lo pintan», y cosas por el estilo, ignorando que el verdadero humor tiene más gracia cuanto menos forzado y más espontáneo suena. 
Como muestra de su incontestable humor y agudeza crítica lean este artículo donde habla de la presentadora Eva Hache.

Nunca he soportado a la gente que va de listilla por criticar lo obvio y evidente, pues no parece demasiado difícil darse cuenta de que el ingenio de Eva Hache no está a la altura de los grandes. Lo peor es que la escasez de recursos de estos cracks de lo insólito acaba llevándoles a la descalificación hacia la misma persona, aun cuando no está justificado, como es el caso. Me parece que de no gustarte como humorista a ponerla como alguien despreciable -que no me parece particularmente que lo sea-, como en el artículo de arriba, hay un paso.

Otra de las virtudes de 6dedos, es su faceta de crítico. Miren si no esta crítica que nuestro Carlos Boyero de los blogs hace sobre La joven del agua de M. Shyamalan.

«En efecto, el último prodigio de M. Night Shyamalan no responde a ningún tipo de crítica, calificción por notables, sobres y suficientes, o aglomeración de estrellitas. Es algo más. Y ojo, porque esto se lo dice uno que salió agriado de El Bosque.
No acostumbro a etiquetar como clásico una película recién despego mis glúteos del asiento, pero hay algunos casos que claman al cielo, al infierno, y a los libros de historia del cine. Estamos ante uno de ellos. Habrá que esperar mucho tiempo hasta que se asuma esta obra como maestra, mientras fermentan ladridos (y ladrillos) semejantes a los de arriba. Sin embargo yo, iluso, ansío el instante de deleitar mi retina con su revisión plácida, dentro de un tiempo, cuando los digos se maquillen en diegos y el bloggero de pro extinga sus incendios coléricos. Se hará justicia.
No habrá crítica, no señor, ni largas excusas y explicaciones temerarias ante amigos indignados por mi lazarilla recomendación (de hecho, tampoco habrá de eso). La joven del agua es un orgasmo (múltiple) de difícil digestión, obra compleja de descubrimiento tardío y voluntario. No seré yo quien intente hacer entender, quitar vendas y abrir veredas, pues ésta es una película que no exige una asimilación matemática. ¿Quién es el gilipollas que puede negarle el poético derecho a la autodeterminación cultural?»

Antes de nada, una pequeña matización en referencia a la crítica que acabo de citar: «La joven del agua es un orgasmo (múltiple) de difícil digestión«. Me parece que con esta frase queda más que patente la poca credibilidad del supuesto crítico, más que nada porque me cuesta creer que una película a la que califica de obra maestra absoluta sea «de difícil digestión», ya que una película que realmente merece ese apelativo no puede hacerse nunca de «de difícil digestión».
En fin, como podéis comprobar, otro intento más por despuntar haciéndonos creer que es un tipo capaz de comprender lo incomprensible, aunque La Joven del agua sólo sea una película más, y como él mismo comenta: «de difícil digestión» y que «no exige una asimilación matemática» (frase que yo entiendo como que no entra de las pautas cinematográficas y por ello no podemos ser capaces de entrar a valorarla si no somos genios en potencia) porque a lo mejor corre el riesgo de quedarse en bragas.

 
Gracias a La estufa eléctrica por ser el único blog capaz de entenderme. Muchas gracias. Er… ¿te gustan las pelis de gladiadores?

Pero no quiero ser injusto y romperé una lanza a favor del autor de La Estufa eléctrica, el cual me increpó después de dejarle un comentario sobre uno de sus artículos -concretamente el del enlace que he dejado más arriba- en el cual daba a entender que me parecía de mal gusto utilizar insultos en una crítica. Tengo que decir que, al menos, después reflexionó, y ya más calmado se mostró como una persona más razonable. Además, tiene un buen reclamo para el público masculino en la cabecera. Lástima que el resto del blog acabe defraudando.

Y ya poco más que comentar; conociendo el carácter de 6dedosgordosdelpie es posible que esta crítica también le siente mal, pero confío en que sepa asimilar que hay gente que puede hacer una crítica en torno a su blog de la misma forma que él hace las suyas. Y, por lo que he podido ver, bastante más duras que ésta.

Cavernícolas (H.D.P.)

Pocos de los que hayais visto el vídeo de un vecino de A Coruña llamado Juan Lado donde aparecía apaleando a su perro hasta la muerte, habréis podido olvidarlo. Un vídeo sin lugar a dudas sobrecogedor, que ha conmocionado a gran parte de la población, por suerte, más civilizada que él.

 

Los animales siempre me han despertado una especial compasión, seguramente porque les veo más indefensos, sobre todo en manos del hombre, el único animal capaz de torturar y matar a sangre fría a un animal de otra especie, o de la suya misma, sin ninguna necesidad aparente. Incluso hasta el punto de convertir esta práctica en «arte», como es el caso de la tauromaquia (como bien refleja este estupendo artículo). Pero esta capacidad, que todos contenemos, no es lo que me preocupa. Lo que realmente me preocupa es el comportamiento de tipos como Juan Lado; aun no he podido olvidar aquellas imágenes donde un pobre pastor alemán inmovilizado por una correa es incapaz de defenderse ante su amo que no cesa en propinarlo un golpe tras otro con un palo mientras el can, atónito y visiblemente asustado, se mueve de un lado para otro intentado escapar pero sin éxito a causa de la correa que lo retiene, emitiendo un ladrido desgarrador cada vez más apagado. Pero ni todo esto es suficiente para lograr la compasión de su amo que continua propinándole un golpe tras otro hasta provocarle la muerte. Y por si todo esto no fuese suficientemente vomitivo, este señor cuenta con el apoyo de muchos de sus vecinos que consideran que «cada cual puede hacer con su perro lo que le dé la gana». Éste tipo de comportamiento, cavernícola, y falto del menor síntoma de cultura es lo realmente preocupante de todo esto.

 

Para colmo creo que no hay derecho que todo esto se solucione con una simple multa de 6000€, a ver cuando algunos aprenden que la vida de un perro, u otro animal, sigue siendo una vida, igual que la de cualquiera. Que no sea de la misma especie no significa que no tenga derecho a vivir, y mucho menos a que un energumeno decida cuando acabar con él.

Me pregunto cuantos Juan Lado debe haber por ahí, golpeando y maltratando sin escrúpulos a su animal de compañía, al cual le ampara una ley ridícula y la compasión de unos vecinos que tal vez sean como los del susodicho innombrable, gente fruto de lo más hondo de la incultura, tan inepta como para llegar a creer que cada uno puede hacer con su perro lo que le venga en gana, maltratándolo o acabando con su vida cuando se le antoje.

El éxito

El éxito, muy lejos de ser sinónimo de calidad, es para muchos la verdadera meta de todo artista. Lo que personalmente considero una equivocación en toda regla.

Empezaré hablando para fundamentar mi opinión del caso de un tipo del pueblo donde vivía para diferenciar dichos conceptos (el de éxito, o fama, y calidad) Y aseguro antes de comenzar, por si alguien lo pone en duda al leer este artículo que este tipo existe, y sí, su egolatría no conoce límites, llegando incluso a cotas de surrealismo.

Para empezar a hablar de este personaje, es importante que destaquemos una de sus aficiones favoritas: la de pasearse por el pueblo dejándose ver con una gorra donde figura en letras bordadas y bien grandes el nombre de la serie donde aparece, y lo mejor es que según él, la usa para pasar desapercibido (hagamos un pequeño intermedio para reirnos) Bien sigamos. Pero lo peor es ver a gente del pueblo poniéndolo como referente mientras dice cosas del tipo: «…ves, este chico está llegando lejos» por el simple hecho de haber aparecido en televisión, cuando la mayoría de ellos si quiera han visto ninguna de sus películas -por cierto, infames- y como mucho algún capítulo de su serie -infame también- donde ha aparecido en contadas ocasiones.

Tampoco podía dejar pasar por alto otro de los rasgos característicos de este personaje, así a gran escala. Me refiero a su afición por ir de videoclub en videoclub cada vez que se deja caer por el pueblo, alquilando en cada uno de ellos alguna película donde aparece, siempre con el claro objetivo de que el/la dependiente del videoclub lo identifique. Y si no se da el caso, él mismo con todo el descaro hace lo posible para que el dependiente se dé cuenta de que aparece en dicha película. De ahí que todos los videoclubs del pueblo tengan su particular dedicatoria impresa en la portada de la película. Que, por cierto, hace poco me di cuenta que en una de ellas aparecía el autógrafo borrado. ¿Alguien se habrá dado cuenta del verdadero objetivo de este personaje?

No es coña, ni es por insidia (si no hubiera puesto su foto directamente) pero se parece bastante a Nosferatu -mierda, creo que estoy dando demasiadas pistas-

Pues su verdadero objetivo no es otro que el de la fama. Y esto ya me sirve para hacer la diferenciación de la que os hablaba al empezar el artículo.
La persona que creo digna de mi admiración pasa de la autopromoción y la fama, y se vuelca en cuerpo y alma en su obra. De hecho, la fama más que causarle bienestar, le supone un estorbo, un añadido innecesario, y le basta el apoyo de una minoría para salir adelante.

Hablemos por ejemplo de casos como The Nerves, que tan sólo tuvieron tiempo para sacar al mercado un sólo EP con 4 canciones fantásticas, autoeditadas por cierto, antes de que terminaran su periplo. De hecho ahí tenéis a uno de los componentes de este trío regentando un bar en el madrileño barrio de Huertas

¿Significaría esto que The Nerves no alcanzaron su verdadera meta? La respuesta está en que su valía se ha acabado demostrando con el paso del tiempo, siendo además una de las bandas más influyentes del powerpop. Ahí queda el inmaculado currículum de esta banda, con una sola pero brillante obra, que es lo que cuenta, y aquello que en realidad acaba perdurando.

En realidad el tiempo se encarga de ponerlo todo en su sitio, y aquellos que buscaron la fama como finalidad terminan esfumándose de la memoria de la gente con la misma facilidad con la que un día aparecieron. Las grandes obras, en cambio, perduran, impasibles, durante años si es necesario, hasta que un día alguien las descubre y las eleva a la categoría de culto, gozando al fin de un reconocimiento a la altura que merecen.

Termó Simó

Hoy empiezo mi primer post y el primero de los personajes de mi sección «personajes ilustres». Una sección donde os descubriré con cada nuevo post un nuevo personaje, en el que indagaré.
Y he concedido el honor de ser el primero de la saga a, nada más y nada menos que: Termó Simó. La única persona que he conocido capaz de acentuar la abreviación de «termofijadora». Este hecho lo descubrí al fijarme en la hoja donde solíamos especificar a modo de ficha nuestros datos y lugar de trabajo (en este caso como encargado de una máquina termofijadora), y que abreviábamos poniendo: termo. Nuestro trabajo consistía básicamente en controlar dicha máquina, la cual se encargaba de calentar el tejido y adosarlo al dentado que hace correr la cremallera. Allí fue donde descubrí a este individuo, del que, por desgracia, no tengo ningún documento gráfico, aparte de una foto de móvil donde sólo se le puede ver de espaldas mientras se agachaba buscando la tarjeta de fichar que mi compañero le había escondido. Pero bueno, para eso está internet ¿no? para buscarle parecidos razonables.
Éste es el tipo, de los que he encontrado, que más se le parece, se trata del actor que encarna al enano de El Señor de los Anillos. Y la verdad es que el parecido es más que razonable, incluso se le parece en cuanto a su estatura.

Se parecía mucho a este tipo. Excepto en la elegancia

Termó es el apodo que le otorgamos a raíz de su hallazgo lingüistico al que llamamos repentinamente: la teoría de Termó Simó, y que consistía en acentuar todas las palabras que terminaban en vocal, sobre todo en «o» donde el golpe de la silaba suena más fuerte, como «termó» o «flojó«. A partir de ese momento fue cuando comenzamos a escribir en nuestra ficha «termó» en lugar de «termo» como habíamos estado haciendo hasta ahora.

Los rasgos característicos de Termó se podrían resumir en unas pocas palabras: hediondo con problemas de sobrepeso, alcoholico y facha. Muy facha. Todo lo que sonara a «moro» le repateaba. De hecho que un tipo como Termó fuera obsesivamente racista y homofogo da qué pensar sobre la cultura de las personas con un tipo de conducta similar. El personaje de Termó era el verdadero arquetipo de facha, machista, alcoholico, sucio y maloliente, y como no podía ser de otra manera un absoluto perdedor. Algo bastante alejado del personaje que el «amiguete» Segura retrataba en Torrente, donde aparecía más como un anti-héroe caricaturizado grotescamente, que un Termó en potencia.

A lo que vamos, este tipo estaba prejubilado, por lo que su edad debía rondar los 60, pero su físico demacrado le otorgaba el aspecto de una persona de unos 65 años, aproximadamente, e incluso me atrevería a decir que mayor. Lo recuerdo llegar al curro, cojeando a causa de una enfermedad producida por su sobrepeso y por la cual se le hinchaban todas las articulaciones. Según me contó mi compañero, que llevaba mucho más tiempo en la fábrica y conocía mucho más acerca de este personaje, el bueno de Termó se recorría todos los bares del centro del pueblo comiendo «patas de cerdo» para desayunar. Vamos, me imagino a Termó mojando el pan en su desayuno matutino de patas de cerdo con patatas, y sentado cerca a un tipo que accidentalmente había ido a parar allí aquella mañana mirándolo con cara de estupor mientras moja una mísera madalena en el café.


Granja en el norte de Ohio dedicada a la crianza y exportación de cerdos para abastecer a Termó Simó.

Recuerdo a Termó llamándole «capellanet» (diminutivo de cura en catalán) al encargado sin el menor escrúpulo, y éste como si nada, se hacía el sueco. En ese aspecto lo consideraba un crack, pero eso era porque en parte el curro le importaba tres huevos, si lo echaban una cosa menos de la que preocuparse, además la empresa tenía que pagarle una buena pasta si lo hacía, por lo que le salía más a cuenta esperar un poco y jubilarlo. Eso sí, Termó odiaba faltar al curro, cuando hablaba de ese tema se ponía serio y decía: «es que a mí estas cosas… no me gustan». Aunque viniese borracho como una cuba con 4 ó 5 birras encima, siempre solía acudir al curro con una puntualidad envidiable. Como un día en que -para que vean qué responsable era la empresa donde yo trabajaba- él cogió el toro para cargar, como de costumbre, y era tal el cebollón que llevaba que al bajarse se le cayó una enorme grapadora que llevaba en el bolsillo, tropezó con ella hasta casi caerse, y continuó caminando sin recogerla como si allí no hubiera pasado nada.

Sobre su vida personal en la que vivía todavía con su madre, y encima un par de hermanos más, todos allí metidos en el mismo piso, no hablaré (ups! creo que ya lo he hecho) Por lo demás Termó no fue demasiado mala persona con nosotros, aun con sus comentarios con un sesgo marcadamente facha y alguna otra bronca que nos pegó, no podemos decir que no nos lo pasáramos bien con él y sus grandes e innovadoras teorias sobre la acentuación de las palabras agudas acabadas en vocal, y su acostumbrada pose al recostarse en la diminuta mesa que utilizábamos para tomar anotaciones, allí se quedaba, pensativo, tanto que un día se cargó el cajón donde apoyaba todo su peso y no veas el talegazo que se arreó el condenado. Casi lo tienen que ingresar. Otro día simplemente se quedó dormido allí mismo, durante casi una hora.
Muchas veces yo y mi colega lo observábamos allí apoyado, entonces nos lo imaginábamos maquinando alguna nueva teoría, como filósofo y lingüista que era, o reflexionando sobre el teorema de Gödel, o viniéndole a la cabeza algún pasaje de las obras completas de Carl Marx, seguramente uno de sus autores de cabecera. Siempre con su acostumbrada forma de recostarse en la pequeña mesa, con la mirada en ningún lugar, pero nunca forzando una pose. Las poses mejor se las dejaremos a tipos «profundos» como Milan Kundera.


Mirad, mirad que mirada más interesante, ¿y lo que dice?:
…mi mirada perdida en la ventana. Paula aspiró como si quisiera llenar sus partes más íntimas y entonces… (Termó irrumpe) -apprrrtttt!! eis, me voy a cagar.