Han bajado las temperaturas en picado, lo cual es síntoma inequívoco de que sí, al fin llega la Navidad. La época que acapara mayor número de contradicciones. Por un lado, es la más entrañable y bonita para estar en familia, por otro, es la peor para estar solo. También es una fiesta consumista hasta resultar vomitiva, pero poseedora de esa ilusión de recibir cariño ajeno. Una época pastelosa a la vez que entrañable por los recuerdos que nos trae de la infancia.
Navidad, época de cogorcias y felicidad.
Y que yo soy otro consumista más alienado por estas fechas lo demuestran hechos tan simples como que el otro día fui a un bazar chino a investigar sobre los últimos artilugios navideños. Al entrar, enseguida salió a mi paso una china intentando encalomarme alguno de los horrendos arbolitos navideños que tenía expuestos. Yo, intentando despistarla, le dije educadamente que ya tenía uno, pero ella aún así no cesaba ni un momento en su empeño. Intenté quitármela de encima usando técnicas como centrar mi atención en otras cosas, mirando fijamente unas luces que había colgadas del techo, la china muy atenta a cada movimiento, me miraba sonriente con cara de “es Navidad, y pol eso me vas a complal”, y pasó de inmediato a venderme lucecitas navideñas. A mí sólo se me ocurrió contrarrestar su ataque diciendo que no tenía balcón donde ponerlas. Así que acto seguido, pasó a mostrarme toda la variedad de modelos que tenía para interiores (la muy…)
-Son muy grandes, no tengo espacio- insistí.
-Miral ésta, yo tenel más pequeñas todavía.
Pero la abnegada china -no precisamente una de las más atractivas que he conocido- renunciando a pillar la indirecta, continuaba sonriente y volcada en su labor de intentar venderme algún objeto navideño como fuera. Hasta que, aprovechando la entrada de un tipo al que debía atender, pude escapar ipso facto (me cuesta mucho decirles que no a la primera de cambio y cortarles el rollo a los vendedores convencidos de que les voy a comprar). Una vez fuera de la tienda, me di cuenta de que la china me había convencido. Así que fui a otro sitio a comprar el árbol a otra tienda. Y es que, dejando a un lado lo feos que eran los de los chinos, no soporto los vendedores que intentan convencerme de que compre casi a la fuerza, y es precisamente en estas fechas en la que pueden aprovechar para sacar a flote el espíritu navideño que todos albergamos, cuando es más fácil encontrarlos.
De hecho por alguna estúpida razón la Navidad tiene la exclusividad de la bondad, la solidaridad y demás valores éticos y altruistas. Sólo en esta época, mucha gente parece sentirse más bondadosa, educada y amistosa que el resto del año.
Navidad, una buena ocasión para apadrinar. A una negra subsahariana como ésta, por ejemplo; será pobre, pero anda que no está macizorra la tía.
Yo mismo, sin ir más lejos, conocí un caso bastante exagerado. En el bloque donde vivía, la vecina del primero era una vieja gorda, gruñona y sucia que siempre se enemistaba con buena parte de la vecindad. Se cabreaba de forma desmesurada por tonterías, como, por ejemplo, si se nos había caído algún juguete de nuestro balcón al suyo (yo y un amigo le llamábamos cariñosamente: Mercedes, el sapo, y la imaginábamos agazapada tras el toldo que cubría una pequeña parte de su mugriento balcón, esperando a que cayera alguna joven víctima para cazarla con su larga y viscosa lengua). Pero al llegar la Navidad, a Mercedes, le cambiaba la cara por completo. Si nos veía en el portal, a mi hermana o a mí, nos daba caramelos y nos pedía que le diéramos un beso -no podéis imaginar lo desagradable que resultaba, olía fatal-, además, como cada año, nos hacía responderle, casi obligados, a la targeta navideña que nos hacía llegar vía postal. Y eso que siendo nuestra vecina nos la podía meter directamente en el buzón. Pero, donde no hay.
Lo peor de estas fechas, es que a medida que vas haciéndote mayor apenas vislumbras ya en ella un sólo atisbo de magia, de aquella que antes te ilusionaba sobremanera. Muchos, además, se llevan la peor parte, la de pasarlas en soledad. Porque en estas frías fechas, donde se pone especial énfasis en todo lo referido a ternura y calor humano, el estar solo es lo equivalente a una puñalada trapera en el costado. Y con estar solo no me refiero tan sólo a no tener compañía de amigos y familiares (y basta de asociar soledad con “no tener compañía”), sino, sobre todo, a aquello que llegada cierta edad puede hacerse insoportable: no tener la compañía de alguien que llene tu lado afectivo y esté a tu lado en todo momento.
Y al fin, llegamos a la celebración con un mayor cúmulo de excesos de esta festividad: la noche vieja. Ésa en que, debido a los excesos de todo tipo y las juergas con colegas, tener pareja ya no se hace tan necesario. Pero claro, solemos adaptarnos a las fechas, no las fechas a nosotros. Excepto el caso de algún friki de mi pueblo, ya mítico entre nuestro círculo de amigos, de nombre Beto. Un tipo capaz de no acudir a la celebración que habíamos organizado en casa de un amigo por noche vieja, y donde aunque pareciera mentira hasta había mujeres, poniendo como excusa que había decidido quedarse en casa aprovechando que en fin de año Internet iba más rápido.
Poco más que añadir a este post, sólo que es posible que me lo tome para hacer un breve descansito festivo hasta el próximo año que ya está al caer. Aunque, conociéndome, no es de extrañar que me entre el mono y vuelva a postear de aquí a fin de año. Al menos aprovechar, eso sí, para desearos a todos unas felices fiestas y una buena entrada de año.

¿Aprovechará un fin de año más Beto para quedarse en casa y descargar más rápido de Internet?
(PD.- Esta foto me parece sencillamente insuperable)
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